Sangre fría

Crímenes, matanzas, cuerpos, cabezas, sesos, piernas; heridos y muertos por doquier: Alemania, México, Japón, Estados Unidos, Francia, Afganistán, Turquía…

En Polonia detuvieron a un iraquí porque lo agarraron con explosivos justo antes de que inicien las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ); en Brasil, a unos días de que se abra el telón de los Juegos Olímpicos, la gente está que se zurra ante la posibilidad de un ataque terrorista; aquí, en «mexiquito lindo», les dieron chicharrón a dos alcaldes en 48 horas; en Francia de plano dejaron a un cura normando sin su preciada  tête, ¡y los del Daesh (que no me oigan) lo grabaron!

sin_cabeza

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Por si se preguntan qué sigue; todo, porque ésta es sólo una probadita.

¡Ay!, y a mí que me quita el sueño Bantú: ¿lo habrán asesinado?

Él

Curioso como el más curioso de los niños, incansable y fuerte, capaz de estar bien aunque no lo esté, meticuloso, observador del pasado a través del trabajo de toda una vida.

Alguien que se fija en el movimiento de las alas de un ave, en la blancura o negrura de las nubes, en una palmera mecida por el viento, en la profundidad bella e incomprensible de Góngora, en el brote de una flor que morirá de noche, en los agujeritos de un burdo waffle, en las entrañas de sus lecturas, en cada persona necesitada que se cruza en su camino, en un zapato salpicado, en las manchas de su piel, en la cortina torrencial que presagia la tarde..

Lo lleva en los ojos: penetrantes, cansados, profundos, inquisitivos, vivarachos, mancillados, azules… De un azul pensante labrado en un tronco, azul, hecho a imagen de la belleza de cantera rosa de San Miguel Arcángel.

Tronco azul

Ni a las 7

Algo está pasando con la calidad de mi sueño, que solía ser buena. No me «repara», difícilmente alcanzo las 7 horas (6:15, 5:42, 6:31), y hoy de plano abrí el ojo a las 4 y cachito. ¡Es una mentada de madre!

Sin embargo, soy portadora de un cerebro alocado, latoso y mentecato. Se conecta con la realidad en cuestión de centésimas de segundo. Lo que para otros se traduce en mal humor, somnolencia, lentitud y por lo menos dos tazas de café, para mí es automático. Así que en la madrugada, cuando de plano no hay posibilidad de resolver gran cosa, empiezo a pensar en un futuro que no existe, pero que sí tortura.

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Así que colaboro (como diría un colombiano), me doy un relumbrón con la luz del celular y pongo un video en YouTube en el que leo SLEEP: You are your own universe, with your own ideas, your own creations. Inside you is a living soul that vibrates with the rest of your own galaxy.

Me encantaría que las ideas de mi universo no se colaran en mi sueño y que el alma que me habita vibrara un poquito más lento con el resto de mi galaxia.

Chale.

¡Horror!

¡Qué miedo! Se me escapaban de dos en dos. Lo que hace la mano hace la tras, ¡qué jijas! ¿No les daban en su casa?, ¿las picaba la emoción de verse, sarta de cotorras? Porque para hacerle los honores ya era suficiente. Lo peor es que me tocaba al último por el simple hecho de ser la menos añeja.

¡Volaban!… Angustiada, ardidona, esperaba mi turno sin paciencia. Languidecía… Sudaba frío… Tres de un lado y enfrente otras tres… ¡Seis mujeres en éxtasis! Cuando viniera a mí no sería el mismo. Me daban igual la convivencia y la etiqueta. Sólo pensaba en su llegada, en el festín de mi lengua y paladar, en el paraíso terrenal con todo y serpiente, y es que el gran platón con cerdito, tomate, ajo, cebolla, cilantro y chile chipotle se paseaba ante mis ojos, a mi alrededor, pero sin llegar.

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¡Llegó!: tres o cuatro pedazos nadando en un exquisito entomatado. Pálida, pregunté:

—¿¿¿¿Hay más????

—Sí.

¡Sentí paz! Me volvió el alma al cuerpo… mi panza un globo: feliz.

 

Distractores

La recuperación de una tendinitis de Quervain en la casa de mi infancia, además de recuerdos, sustento, ayuda y compañía, me asegura hartos distractores. Echen ojo:

Entre 8 y 8:30:

—Fer, vamos a desayunar.

Entre 9 y 10:30, Fer lee el periódico en compañía de Chave, Paula, El Bisa y Rafi. Momento de comentar el punto, tomar café y besar a la escuincla.

A las 12 horas:

—¡Hora de la colacióoooooooooon! (Chale)

A las 14:30:

—A comeeeeeeeeeeeer. (Mmmmm, ¡qué antojo!)

Y cuando aún no terminaba la Euro…

—Vente a ver el fut. (Chido)

A las 18:

—La colacióoooooooooon! (Pos a ver qué me trago)

A las 20:30:

—A cenaaaaaaaaar. (Uta, mi comida predilecta. ¿Qué habrá? Qué bueno que me lo preparan y es a la carta, porque si no… venga un atún)

Entre las 22 y las 22:30:

—Vamos a ver Primer plano.

O

—¿López Dóriga? (Somnífero de güey. Insufrible. La misma mielda. Pinche Televisa. Invariablemente se me cierran los ojitos)

Total, que así me las he gastado durante más de un mes. Mi megacíclico estado de ánimo es otro tema.

Ah, si me sobra tiempo leo o intento pasar el nivel 105 de Soda Crush (méndigos ositos).

soda crush

Ciao.

Bantú

Falta que le hagan una misa de cuerpo presente en la Basílica de Guadalupe, o que atiborren de rosas blancas el Palacio de Bellas Artes, o que los asistentes al zoológico de Chapultepec honren su memoria, in situ, atascándose de hojas, frutas, tallos y raíces, o, de perdis, que los culpables de su muerte gestionen los permisos para enterrarlo en el cementerio parisino de Père-Lachaise, donde su espíritu descansaría junto a los de Edith Piaf, Oscar Wilde, Marcel Proust, María Callas y Gustave Doré.

Y es que murió Bantú

gorila

El señor Jefe de Gobierno de la Ciudad de México ya «se pronunció» en torno al caso, la Comisión de Derechos Humanos capitalina (nótese que son «humanos») abrió una indagatoria, y los «animalistas» de la organización ambiental Gran Simio levantaron una consulta ciudadana.

Qué triste que ya no tenemos gorila, pero qué desgracia que éstas sean las notas que dan de qué hablar en el periódico Reforma (hoy, sección «Ciudad», pp. 1, 5).

Por favor, que hagan la necropsia y castiguen al o a los responsables; en el ínter, que se sigan solapando los desmanes, actos de violencia y delitos de los maestros que todos los días ponen en jaque a esta ordenada megalópolis.

El sena

Frente a la computadora. A mi derecha una lámpara de vidrio transparente rellena de piedras de distintas formas. A mi izquierda una rosa que percibo color fucsia. También a la izquierda, pero ya torciéndome el cuello, una pintura de París con las farolas nocturnas escupiendo luz dentro del Sena.

Y atrás, ¡detrás de mí!, el imponente cuadro del Cristo, oscuro y lúgubre, que me impulsaba a subir la primera parte de la escalera a todo vapor.

Me estoy viendo volar, cabeza gacha, ojos furtivos, para evitar la mirada profunda y penetrante de un hombre pálido, clavado en una cruz y rodeado del negro más negro que contrasta con la luz de las farolas escupiendo en el Sena.

Regalos de tiempo

Quedarme en la casa familiar, en la de mi infancia, me ha llenado la cabeza de recuerdos, sobre todo agradables.

Ahí estamos, jugando beisbol en la calle cuando todavía nos dábamos el lujo de anunciar a grito pelado que amenazaba un coooooche…

Me voy matando en mis patines o en mi bicla sin que mis padres tuvieran la más pálida idea de lo salvaje y arriesgada que era.

Ahí, en pandilla, volándonos paletas heladas de una farmacia en la que sólo nos podía delatar el ojo humano.

El frontón, donde aprendí a jugar, donde dejé rodilla y tendón de Aquiles, donde disfruté de tantos partidos y partidas de madre.

Las carreritas que nos echábamos mi papá y yo, aquél con gesto ambivalente la primera vez que le gané.

Doña Trini, la señora con personalidad que se picaba el ombligo con mi madre, entre otras cosas porque adoraba a Inés (mi segunda hermana, paralítica cerebral, quien murió antes de cumplir los seis años) y porque mientras filosofaban succionaba con fruición sus cigarrillos Salem. Ella, con el jesús en la boca, pudo articular un “ave maría” cuando me vio caer del techo de asbesto que cubría el lavadero.

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Ahí mi queridísima Sami —mujer leal, juguetona y analfabeta que nos regaló 25 años de su vida—, con sus “casadillas” (quesadillas), sus “espantasmas” (fantasmas), su dientista (¡eso es lógica pura!), su “l’eromita” (el aromita) y su “cadi quen” (cada quién).

Mi cancha de basket, donde pasé tantas tardes sin preocuparme por hacer la tarea…

El planchador, mi escondite predilecto para hacer valer el mal de perrera.

Mis festejos de cumpleaños precisamente en la temporada en que a mi papá se le ocurría abonar el pasto.

El árbol torcido donde me encaramé años y años para platicar, comer, reír, llorar e intentar resolver el mundo con mi primera amiga.

árbol

La «casa de los chinos” —¿por qué le habremos puesto así a una banqueta con círculos?—, el «camioncito azul” —bicicleta en la que Aline pasaba por mí para dar el rol—, “la casa del cerdo” —forma irreverente de referirnos a una tienda de deportes cuya vendedora era gorda—. Pobre mujer, ¡si hubiera sospechado que unas escuinclas decían: “Nos vemos en 10 minutos en la casa del cerdo”!

Ahí la hermana que salía de «reven», se desmaquillaba, se ponía el piyama y abría la puerta de mi cuarto dizque con sigilo para pedirme que le hiciera un huequito. Yo accedía porque la quiero y porque no quería que el miedo le quitara lo enfiestado; además, aunque tengamos 65 y 67 años, a ella siempre le haré espacio en mi cama, con mayor razón ahora que no son individuales.

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Mis cenas opíparas después de hacer deporte… cual heliogábalo, podía comer seis salchichas rojas (eran Fud), dos o tres quesadillas y un plato de cereal. Ya no me cabe lo mismo, pero me niego a ser de las mujeres que comen como pajarito porque viven cuidando la línea o porque les da pena.

Éramos adolescentes sin prisa, sin celulares, sin FB, sin #tecnoreuniones de café, sin la vida periscopeada y tuiteada en instantáneas y acaso con una computadora Texas Instruments. En fin, nos distraían asuntos más tangibles; y lo mejor: podíamos sentirnos seguros y libres para conquistar la calle.

¿Vida o muerte?

La vida aún era en las ardillas, la luz del sol, las ramas altas de los árboles, la lluvia en los cristales, el chillido del aire, las rayas torcidas de los relámpagos y el furor de los truenos.

Adentro puro rosa, las cuatro paredes. Sobre una mesa los muertos, los ya idos. Fotografías de hermanos, hijos, tíos y padres. Más allá las veladoras y una virgen de marfil ahorcada por dos rosarios.

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Los muebles de antaño, tocador y burós cargados de fotos familiares pegadas a la madera y al vidrio; la misma cama y dos muertes; el mismo escritorio con papeles amarillentos, añejos, desconocidos.

Ella inmóvil, casi inerte; impecable el arreglo de las manos, rodeada de parálisis, dolor y un antes escondido de sonrisas y castañuelas.

Castañuelas