Viajo a través de la música. Hay canciones y piezas que, sin escalas, me llevan al momento, lugar, persona, vivencia o recuerdo. Mireille Mathieu pasa por las Lomas de Chapultepec y atraviesa mi adolescencia. Cuando pienso en ella de inmediato se asoma “C’est si bon”. En 4 Non Blondes («What’s up?») hay nostalgia y deseo en extinción; en «Es por amor» (GIT), «Lucha de gigantes» (Nacha Pop) y «Who can it be now?» (Men at Work) se funden la diversión, el anhelo y la amistad; si tarareo «Mentira», de La Ley, caigo en el engaño y la falsedad de la superficie; si por alguna razón aterrizo en Mónica Naranjo ―me gusta su voz potente―, luego luego aparecen el diablo y el ángel, este último prendiéndome un foco rojo que indicaba que ¡por ahí no! Con Alejandro Fernández perdí una estrella hace más de 20 años. Maris es bachata, Olga Tañón y Marc Anthony; Céline Dion fue mucho tiempo mi receptáculo de saudade; la escuché hasta cansarme, aunque, eso sí, no pierdo la esperanza de verla en concierto, sobre todo si canta en francés. «She», de Elvis Costello, es un recuerdo solo mío. Saint-Saëns, interpretado por Kyung Wha Chung, se transforma en Román Revueltas, quien un día, sin más, me llamó para decirme que tuviéramos un hijo. Elis Regina, con “Alô, Alô, Marciano” y “Águas de Março”, es la alegría de trayectos en coche y cafés furtivos. Cristina Branco y el fado me regresan dos momentos, ambos atesorados: un concierto inesperado en la Universidad de Rhode Island y a la persona que me regaló mi primer disco, Sensus, de la cantante portuguesa. Como Piaf, el gorrión de París, quisiera poder expresar: “Non, je ne regrette rien”.
Las personas significativas de mi vida son mi pentagrama; todas, sin excepción, activan la chispa musical en mi cerebro. Si se me permite mencionar a grandes compañeros de historias, que han solido estar presentes, me quedo con Elton John, George Michael, Madonna, Édith Piaf, Césaria Évora, Lila Downs, Céline Dion… La voz y el sufrimiento de Amy Winehouse, perteneciente al Club de los 27, tienen un vínculo conmigo.
¿Y la música clásica?, ¿la ópera? Los conozco menos. Quizá se debe al rechazo tajante de mi padre a “nuestra” música: basura malinchista.