Instante

Tengo en mis manos una fotografía que tiene por lo menos cuarenta años de historia: mi madre y yo absortas en una mirada.

Ella me sonríe, me ve con amor; yo, carita que trasluce algo de melancolía, le devuelvo la sonrisa.

Se trató de un instante en el que, consagradas la una a la otra, cerramos el telón, seguras de que nadie escudriñaría: regresamos de prisa y en secreto al primer momento en que se cruzaron nuestros ojos.

Ella, detenida en ese tiempo que nos pertenece, ríe alegremente; observo sus dientes, su pelo y cejas oscuras, largas pestañas y nariz respingada. Yo, una niña rubia, me pierdo en ella, en la mujer que así me mira.

Atrapo su felicidad —parece serlo—, mi mano derecha cerca de su mejilla. Le devuelvo una sonrisa, más labial que dental, con un dejo de tristeza: la más sincera y dulce que pude ofrecerle a quien en un segundo me entregó su vida.

Treinta y siete años después, en un trayecto que quizá construimos con más lágrimas que risas, confirmo que nuestra mirada, un día antes de su anunciado final —otro instante— replicó la de aquel día.

Cierre definitivo del telón: una de ellas se retira; la otra espera encontrarse algún día con la impresión, todavía en papel, de ese instante.

telón

Hasta la próxima.