Instante

Tengo en mis manos una fotografía que tiene por lo menos cuarenta años de historia: mi madre y yo absortas en una mirada.

Ella me sonríe, me ve con amor; yo, carita que trasluce algo de melancolía, le devuelvo la sonrisa.

Se trató de un instante en el que, consagradas la una a la otra, cerramos el telón, seguras de que nadie escudriñaría: regresamos de prisa y en secreto al primer momento en que se cruzaron nuestros ojos.

Ella, detenida en ese tiempo que nos pertenece, ríe alegremente; observo sus dientes, su pelo y cejas oscuras, largas pestañas y nariz respingada. Yo, una niña rubia, me pierdo en ella, en la mujer que así me mira.

Atrapo su felicidad —parece serlo—, mi mano derecha cerca de su mejilla. Le devuelvo una sonrisa, más labial que dental, con un dejo de tristeza: la más sincera y dulce que pude ofrecerle a quien en un segundo me entregó su vida.

Treinta y siete años después, en un trayecto que quizá construimos con más lágrimas que risas, confirmo que nuestra mirada, un día antes de su anunciado final —otro instante— replicó la de aquel día.

Cierre definitivo del telón: una de ellas se retira; la otra espera encontrarse algún día con la impresión, todavía en papel, de ese instante.

telón

Hasta la próxima.

Cuestión de tamaños

¿Sobre qué escribo?

Pensé en la descomunal pierna de cerdo que se comió mi papá en Au Pied de Cochon, en la cantidad de tonterías que hacíamos mi hermana y yo en nuestra época de ermitañas, en cómo se oía la frase «No lo hurtas, lo heredas» en boca de mi madre o en las dos suturas que ayer nos quitaron a Juan y a mí.

Así se las gastó el señor
Así se las gastó el señor

Decidí que lo haría acerca de las pequeñas cosas que me hacen sentir bien; como diría El Principito, son muy simples:

  • Un cruce instantáneo de miradas que termina en una sonrisa callejera.
  • Que Don Gato, mi cuate limpiavidrios, me pregunte por el ladrillo —perdón, libro— que traigo en el coche y me diga que sí leería uno que yo le regalara.
  • Que mi vecino me interpele con un “Hola, impuntual” (nada tiene que ver con el tiempo) y termine diciéndome que nos vemos a las 20:30 para darme gusto con la chela que me autoInvité.
  • Que Javier, el portero de mi casa, me diga con cara de felicidad que ya se va para que no lo atrape el chubasco y que en ese irse unamos nuestros puños en señal de complicidad.
  • Que Cuca me dé besos de lengua aunque me achaquen que soy una puerca.
  • Que cuando tengo ganas de llorar como en mi más tierna infancia haya alguien que me diga “Desde aquí estoy contigo”.
La pequeña Cuca
La pequeña Cuca

Estaba leyendo a Borges, sus Two English Poems, y se me ocurrió pensar en cómo sobornar (to bribe) a alguien. Sería un movimiento de dentro hacia fuera, de intimidad a intimidad, jamás en la dirección opuesta: una mirada, pocas palabras, una caricia, un abrazo estrangulador, una sonrisa, un apretón; en fin, con un gesto que traspasara la piel de otro ser que quisiera sintonizar con mi vibración.

Nadie como el vate argentino para expresarlo al final del poema II que les mencioné:

I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart; I am trying to bribe you with uncertainty, with danger, with defeat.

¡Magistral!

Hasta la próxima.