¿Hay alguien ahí?

Poncho y Maru no sabían qué hacer con Adela. Le costaba mucho trabajo levantarse, era un triunfo que desayunara, se iba a la escuela como autómata y no había poder humano que la hiciera concentrarse en las clases, sobre todo en Matemáticas II. La directora de la secundaria ya había hablado con sus papás y coincidían en que Adela estaba callada, dispersa, triste y desganada.

Fue idea de la abuela Natalia que su niña cambiara de aires y se fuera a Mérida a pasar una temporada con ella. Cuando Poncho y Maru hablaron con su hija la vieron esbozar una leve sonrisa, así que decidieron que era lo mejor.

A sus 71 años, doña Natalia era una viuda entrona, independiente, lúcida y con personalidad, que sabía disfrutar de sus tardes en compañía de un buen libro, un habano y una copita de Campari con cuatro hielos. Se sentaba en su silla de palma, ponía una mesita de apoyo y a volar entre humo con Chesterton, Woolf, Camus, Yourcenar, Azorín, Paz…

Estaba decidido, la abuela iba a sacar a su nieta de ese ensimismamiento a través de la lectura.

―Mijita, tu primer reto es El cuento de la isla desconocida, de José Saramago.

Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo. Dame un barco. La casa del rey tenía muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones.

Adela releyó la frase tres veces e incluso posó su mirada en otras páginas, pero en su cabeza, en vez de rey y barco, había confusión y desasosiego. Natalia se dio cuenta y resolvió que “mañana sería otro día”.

―Hoy vamos a probar con la poesía de Borges. Abre el libro donde quieras y escoge pensamientos que te gusten.

Adela abrió el libro al azar y leyó: “Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas”. Esa frase, en la cual pudo concentrarse, aceleró su corazón y la metió en el humo del habano de su abuela, quien pensó, para sus adentros, que la tercera era la vencida.

―A ver, mija, hojea este libro. Está plagado de fotos hermosas del mar.

Adela, sentada junto a su abuela, pasaba las hojas con los ojos fijos en el infinito. A doña Natalia la asaltaron pensamientos remotos, como los cuatro humores, la bilis negra, la predisposición melancólica, Hipócrates… Situándose en el hoy, diagnosticó a su nieta con depresión.

―Adela, mi amor, ¿estás triste?, ¿tienes ganas de llorar?, ¿te da miedo?, ¿vas mal en la escuela porque no te puedes concentrar?

―Abuela, estoy más que triste, y no me interesan los reyes, ni el mar, ni el señor argentino, ni tus libros, ni nada.

Como Natalia sabía qué hacer al día siguiente, dejó su habano en el cenicero, estrechó a Adela entre sus brazos y, toda atención, la oyó sollozar.

Autophobophobia

 

―Anda, Filo, dime qué te pasa.

―Ay, Luis, es que puede ser como una pesadilla.

―Por eso, ¡escúpela!

―Mira, es que en este espacio queda poco oxígeno; además, caben derrotas inexistentes, puertas cerradas, pensamientos incisivos, muros inútiles, bocas secas.

―Quiero entender, pero no es fácil. De repente te veo sola, la mirada fija, lejos, como en una suerte de fortaleza en la que solo cabes tú. ¿Hay alguien que pueda entrar? Es como si no estuvieras.

―Estoy y no estoy.

―¡Ay, Filomena, no me gusta que me compliques las cosas!

―A ver, Luis, ¿alguna vez has sentido miedo?

―Por supuesto, Filo, no soy una creación de Marvel.

―Pero a ver, ¿miedo a qué?

―Miedo a que me muerda el perro de la vecina, a que mis papás se den color de que fumo mota, a que Marisol me truene, a que me destripen en el metro…

―Tus miedos son concretos, Luis, están puestos en la realidad.

―¿De qué me hablas, Filo, los tuyos en dónde están?

―Muy adentro en mi cabeza, Luis. Estoy cada vez más consciente de que le tengo miedo al miedo.

―¡¿Cómo miedo al miedo?! A ver, ¿te asustas de tener miedo y eso hace que no estés?

―Es que si no hay algo afuera que realmente me amenace significa que está dentro de mí, ¿no?

―Psss… sí.

―Luis, estamos hablando de algo intangible. Tan intangible como la sangre del Cristo que pintó mamá.

―¿Y cómo lo haces tangible?

―Así, contándotelo a ti. Y después, si me atrevo, vaciándome toda en un papel.