El cielo de todos

Hace añicos que mi padre nos enseñó a mirar el cielo, sobre todo cuando nacía un bello celaje. Nuestros ojos absorbían tonos lila, anaranjado, azul, amarillo, gris y rojo.

Celaje
Ambas nos asomábamos al cielo con anteojos de fondo de botella, pero lo que alcanzábamos, mucho o poco, era sobrecogedor, como sobrecogedora fue la salida del puerto de Estambul y los varios paisajes, matutinos y vespertinos, que nos ofrecieron la travesía y las correrías en tierra.

Santa Sofía, majestuosa
Santa Sofía, majestuosa

El cielo se vestía de mar y el mar de cielo, una ilusión óptica que cimbra igual que una puesta de sol o un límpido amanecer.

¡Y ese protagonismo de las nubes!, fijas o caminantes, pintadas o lechosas, solemnes o juguetonas, oscuras o deslumbrantes, melindrosas o desparpajadas.

barco y lluvia
Solemnes…
Yates
Lechosas y juguetonas
cielo azul
Fijas…

Como sea, cielo y nubes ostentan poder, al blandir su cetro se regocijan los animales, se sumergen las hormigas, se desbordan los ríos, crecen las plantas, los lienzos vírgenes quedan estampados, desaparecen el sol y la luna, y a los más vulnerables nos acechan las lágrimas o nos sonríen los labios.

Hasta la próxima.