Mónica Josefina, mi madre. Ayer, 19 de febrero, cumplió dos años once meses de haber muerto.
Una mujer de bipolaridades y de altibajos, alma de cuantiosas fiestas y oscuridad diurna bajo las sábanas, un sube y baja.
Esta fotografía revela que andaba arriba, gozando de la mirada y del falso alimento del público. Sonriente, danzarina, robacámara con abanico en mano.
El baile su pasión, ballet, y ese vistoso flamenco que acompañaba con las palmas, el zapateado y el rítmico castañetear de unas castañuelas que lucían con el movimiento de sus brazos.
Compartió el majestuoso escenario del Palacio de Bellas Artes con la maestra Sonia Amelio y algunos ensayos con Pilar Rioja, quien otro 19 de febrero, precisamente un mes antes de que ella se llevara su vasto paquete de memorias, expresó: “A mi modo… trato de combinar lo fuerte del español con lo sensual y dulce de aquí, del Caribe”.
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Por ahí andará, en una esfera distinta, charlando y quizá, sólo quizá, pidiendo el abrazo en movimiento de un grande.
Tant qu’on dansera mes ballets, je resterai vivant
Hasta la próxima.