Un timbrazo a medianoche

Mañana no escucharé su voz si acaso asoma las narices el día 25. Se jactaba de ser la primera en teclear ocho números para entonar mis Mañanitas. Después de nueve meses encerrada dentro de su panza, sin un rayito de luz, un buen queso manchego ni un mendrugo de pan, ¡era lo menos que podía hacer!

El teléfono sonaba durante los últimos segundos de la jornada anterior para que cuando la hija contestara fueran las 00:00 horas del mero mero cumplemés, una palabra que usamos en familia.

—…estas son […] que cantaba […] a las muuchachaas…
—¡Bonitas! ¡Gracias, Bola! (Ella, más que mi «Bola», quería ser mi «Dolo». Sí, créanlo o no, prefería ser mi Dolorosa)
—Es tu día, mi amor, que seas muy feliz. Les gané a todos, ¿verdad?
—Como siempre, desde que pujaste para regalarme mi primera bocanada de aire.

Si por alguna extraña razón alguien osaba (de osar, no de oso) felicitarme antes, me veía obligada a mentirle, de otra manera se ponía triste y hacía drama, pero la mayoría de las veces fue la prima donna.

Menuda responsabilidad. ¿Ser feliz?, ¿se mastica, se sorbe, se traga? ¿Es voluntad, inclinación, trabajo, vocación? Son cachitos, retazos, fragmentos, como los que se ven cuando uno asoma la cabeza por la ventana de un avión y se miran distintas telas de un edredón gigantesco.

El 19 de marzo de 2012 la señora que me dio la vida iba a decir “con permiso”, y 21 días antes cumplió puntualmente con la llamada. Extraño esa voz de medianoche, animosa y un tanto ronca. Nunca le pregunté si su reloj de madre le hacía despertar minutos antes de mi nacimiento o si se esforzaba para no clavar el pico.

Sospecho que abriré los ojos cuando se acerque el último minuto del 24 de febrero de 2015, segundos antes de que den las 00:00 horas del 25.

Espero un timbrazo sutil y certero, como el del zorro que despierta a su pequeño Príncipe.

—Voici mon secret. Il est très simple: on ne voit bien qu’avec le coeur. L’essentiel est invisible pour les yeux.

le-renard-et-le-petit-prince

Hasta el 26.