¡Te lo dije!

—Dígame, señora.

Otra vez, qué monserga. Quedé de escribir mi historia clínica y de entregársela a cada nuevo médico.

—Pues mire, empecé con luxación congénita de cadera, me operaron dos veces de la pierna derecha y una de la izquierda.

Nací fracturada. 

—Siga.

—Me quitaron las amígdalas.

¡Disfruté en grande de la atención que me prodigaron! Mi memoria dicta que hubo cariños, animales de peluche y nieve de limón. 

—¿Qué más?

—De ahí brincamos a mis veintitantos, un par de cirugías de la rodilla derecha.

La primera, producto de un resbalón mientras jugábamos frontenis, una segunda para corregir el «error» de un ortopedista que se sentía la real garza envuelta en huevo.

—Tendón de Aquiles.

Corría como gamo para regresar una pelota de la pared trasera a la delantera del frontón. ¡Zas, golpe seco que confundí con un vengativo raquetazo!

—Van varias.

Brillante observación.

—Ocho años de descanso y en 2009 dejé de tener apéndice y vesícula.

Pasé parte de esa tregua en Rhode Island. Recorrer 12 millas diarias sobre ruedas —a veces con gorro y guantes— equivalía a mi libertad, pintada con colores otoñales y brotes de invierno.

Otoño_RI

—Siga, por favor.

—Luego el hombro derecho.

—¿Por qué?

—Ay, no sé, le he exigido mucho a mi cuerpo.

—¿Cuál otra?

—Un año después el codo izquierdo. Mismo caso que el hombro, llegó un momento en el que mi cabeza se acercaba a mi mano y no viceversa.

Instantes para valorar cada parte de nuestra máquina. ¡No podía hacer la pinza, o sea, tomar objetos pequeños entre los dedos pulgar e índice! Motricidad fina, lost, como el Paraíso. 

¿Lo imaginan así?
¿Lo imaginan así?

—¿Quién la operó?

—El mismo médico con quien entré a cirugía de hombro, especialista en la extremidad torácica.

—¡No me diga que hay más!

¿Ah, verdad? 

—Fíjese que sí, doctor, el 11 de noviembre de 2013 me hicieron trasplante de córnea del ojo derecho.

Desde entonces, Juan es mi compañero. ¿Por qué Juan? Porque Juan significa Dios es misericordioso. 

—Sigue el cáncer de piel, una pequeña incisión en el consultorio (carcinoma basocelular) y otra en el quirófano (ídem, con toque basoescamoso).

Bye, bye Suntan.

—Uy, señora…

—Mire, pensé que ahí acababa todo, pero parece que ahora van las manos.

Nervio mediano aplastado.

Un verdadero fastidio. Sin embargo, hoy empiezo a comprender el significado de esta breve frase: «te vas a quemar, mi amor». Me la decía mi madre cuando veía que su hija mayor se comportaba como la mismísima encarnación del movimiento perpetuo.

Va y pase, mientras no me chamusque con mucho tiempo de anticipación.

fuego

Hasta la próxima.

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